sábado, 13 de enero de 2024

La burra al trigo

Y vuelta la burra al trigo

Las autoridades amenazan con restricciones a la libertad individual imponiendo la obligatoriedad de las mascarillas ante el clásico aumento invernal de infecciones respiratorias

Ha vuelto la gripe. Nada nuevo. Vuelve cada año por estas fechas a excepción del invierno de 2021 donde, con mascarilla obligatoria incluso en exteriores, tuvimos la mayor tasa de infección por SARS-CoV-2 de la historia.

Solo este dato puramente empírico debería ser suficiente para descartar la mascarilla como elemento protector ante la transmisión de virus respiratorios, aunque los «enmascarillados» más audaces llegarán a argumentar: «¡No protege de COVID19 pero sí de gripe!». Entonces, a estos audaces, pero desinformados entusiastas del «bozal«, habría que preguntarles por qué desapareció la gripe también, y durante el mismo periodo, en Suecia, donde nunca se impuso a sus ciudadanos el uso de mascarillas y cuyas autoridades no llegaron siquiera a recomendarlas para reducir la transmisión vírica. Habría que recordarles que «correlación no implica causalidad» y habría que exigir que demuestren de forma inequívoca la eficacia de las mascarillas para frenar la transmisión viral antes siquiera de recomendarlas para tal fin, por no hablar de intentar hacerlas obligatorias.

La lucha contra la superchería política y por el rigor científico

Demostrar la utilidad de un dispositivo antes de recomendar su uso es ciencia, la verdadera ciencia. Y en esto estamos. Porque esto ha dejado de ser una lucha por la libertad individual, que sin duda es importante, para convertirse en una lucha contra la superchería y por el rigor científico.

La revista American Journal of Medicine aceptó en septiembre de 2023 que el nivel de evidencia generada a favor de las mascarillas es muy bajo y que las conclusiones de los estudios que avalan su uso contra virus respiratorios no están respaldadas por datos. En el artículo llegan incluso a mostrar preocupación sobre la confiabilidad de su propia revista para informar sobre políticas de salud por haberse alineado en exceso con recomendaciones puramente políticas.

Una de las revisiones Cochrane, que incluye el análisis de múltiples estudios con evidencia hasta octubre de 2022 al respecto de mascarillas quirúrgicas y FPP2/N95, reza:

“usar una mascarilla puede hacer poca o ninguna diferencia en la cantidad de personas que contrajeron una enfermedad similar a la gripe o una enfermedad similar a la COVID; y probablemente haga poca o ninguna diferencia en la cantidad de personas que tienen gripe/COVID confirmada mediante una prueba de laboratorio”

Y además:

“En comparación con el uso de mascarillas médicas o quirúrgicas, el uso de respiradores N95/P2 probablemente hace poca o ninguna diferencia en la cantidad de personas con gripe confirmada; y puede hacer poca o ninguna diferencia en la cantidad de personas que contraen una enfermedad similar a la gripe o una enfermedad respiratoria”.

Si parece que no hay diferencias entre llevar una mascarilla quirúrgica o no llevarla a la hora de contraer gripe o COVID19, y tampoco se encuentran diferencias al respecto de llevar una N95/P2 y una mascarilla quirúrgica; encontramos que A = B y B = C, por lo que A = C; o lo que es lo mismo: no llevar mascarilla es equivalente a llevar una N95/FPP2 a la hora de enfermar por gripe, COVID19 o similares. Exactamente, las mismas conclusiones se hallaron en esta otra revisión, también de la Cochrane.

Todavía más lejos llega la revista Health Matrix, especializada en la intersección del derecho, la ética, la medicina y la política, cuando asevera: 

La evidencia clínica disponible sobre la eficacia de las mascarillas es de baja calidad y la mejor evidencia clínica disponible en su mayoría no ha logrado demostrar la eficacia” y “los principios éticos exigen que la solidez de la evidencia y las mejores estimaciones del monto del beneficio se comuniquen verazmente al público”.

Es ciertamente bochornoso e indignante que en esta sociedad desquiciada y enferma se trate de imponer un dispositivo sanitario, las mascarillas, para evitar una infección viral, cuando se amontona la evidencia en contra de su uso para tal fin y cuando en la ficha técnica de dicho dispositivo no se incluye el filtrado de virus, sencillamente por no estar demostrado.

Es completamente irracional y surrealista que se haya invertido la carga de la prueba hasta el punto en el que tengamos que tragarnos que algo funciona sin evidencia y, para colmo, se apele al sentido común para imponer su uso obligatorio.

Mascarillas obligatorias sin ciencia ni ética

Si desde el punto de vista científico es ya muy controvertido el mero uso de las mascarillas (sin mencionar siquiera su recomendación u obligatoriedad) para intentar protegerse de virus respiratorios, desde el punto de vista ético y deontológico resulta directamente vomitivo.

Los médicos no podemos callar más ante esta artificiosidad política y este engaño masivo, y no podemos callar porque nuestro propio código deontológico nos lo exige:

Artículo 22.3: “La promoción de una actividad preventiva solo es deontológicamente correcta cuando tiene un valor probado científicamente”.

Artículo 83.2: “El médico no debe difundir información que cree falsas expectativas, alarma social o que genere confusión o dudas respecto al cuidado, el mantenimiento o la prevención de la salud”.

Los médicos asistenciales que hemos estado atendiendo enfermos antes, durante y después del periodo 2020-2022 no tenemos miedo a los enfermos, no tenemos miedo a la enfermedad y no tenemos miedo a desempeñar nuestro trabajo en favor de la salud de nuestros pacientes. Tenemos miedo, y cada vez más, a las decisiones políticas tomadas por ineptos que no atienden al rigor científico, ni a la ética, ni tan siquiera a la estética, y que no responden nunca por los errores que continuamente cometen.

Asistimos estupefactos a un circo político dantesco que abarca todo el arco parlamentario y cuyo único fin parece ser el de mantener la mentalidad pandémica, enfermando la mente de los más vulnerables, de los más frágiles y de los más devotos-consumidores de unos medios de comunicación en los que parecen participar terroristas en lugar de periodistas.

No es mi estilo escribir con tal vehemencia, y lo lamento, pero la situación es tan crítica y la posibilidad de que “la nueva subnormalidad” se mantenga ad nauseam es tan real que asistir pasivamente a que los burócratas me impongan desde un despacho el uso de un dispositivo sin eficacia probada que dificulte mi trabajo no puede ser contemplado siquiera como posibilidad, más cuando he estado, y estoy, atendiendo pacientes con infecciones respiratorias cada día, sin mascarilla y arropando al enfermo también con mi sonrisa mientras me tose en la cara al explorar su garganta o me sopla mientras le toco la tripa. Todo ello sin enfermar. ¿Conocen acaso una mejor forma de demostrar la inmunidad que la de exponerse permanentemente a agentes infecciosos sin enfermar? Y no es que sea yo un valiente, ni un temerario. Simplemente, hago lo mismo que todos los médicos llevan haciendo durante siglos, y quiero seguir haciéndolo sin que una recua de políticos oportunistas, mentirosos, indocumentados e interesados solamente en hacer como que hacen, dificulten mi trabajo.

Señora Ministra de Sanidad: El problema del colapso de las urgencias y de los centros de salud por infecciones respiratorias en invierno no es nuevo, ni apareció a partir de 2020. El problema es estructural por falta de medios humanos y materiales. Ocúpese de mejorar las condiciones del personal sanitario, cada día más cansado de todos ustedes o, al menos, déjenos trabajar sin ser como el asno tozudo que regresa permanentemente al campo de trigo para destrozarlo, por muchos esfuerzos que su dueño derroche en enmendar tal conducta.


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