Lo mejor que tuvo el bronco pleno del Congreso celebrado ayer, donde la Ley de Amnistía recibió la primera aprobación parlamentaria, fue su larga duración. Para un día que se ve trabajar, al menos con la lengua, a sus señorías... esto hay que celebrarlo.

En cantidad sí, pero la calidad desmerece. Con la ley de amnistía finalmente aprobada en primera sesión, el Parlamento se convirtió en un esperpento. Los chicos de Puigdemont hablaron de dos naciones, en paridad de estima, bueno, no, mejor Cataluña que España, que debían negociar su futuro. Es decir, que la mala de las dos, España, una vez reparada su maliciosa injusticia perpetradA con la nación buena, Cataluña, ya se puede plantear un referéndum de autodeterminación, donde sólo votarán los catalanes y para el que ERC afirma estar "preparados y preparadas". Lo de preparadas resulta especialmente relevante.

A todo esto, un Núñez Feijóo feroz, armado de lanza y espada, amenazó a los socialistas desde una postura nítidamente democrática, con ¡una comisión de investigación parlamentaria!, lo cual ha puesto los pelos de punta a Pedro Sánchez, que anda temblando por las esquinas de Estrasburgo.

Nos queda un Patxi López desatado, visiblemente afectado por tanta maldad, quien aseguró que las palabras de Santiago Abascal, el fascistas que vaticinó que algún día los españoles colgarían por sus pinreles al insigne Pedro Sanchez, preludian actos de violencia tremebunda contra el presidente del Gobierno -¡Pobre presidente!- y comparó a Abascal con el grito de los nacionalistas 'moderados' vascos durante los años del tiro en la nunca de ETA, con el "algo habrá hecho" ese al que se ha cargado la ETA. Así justificaba el PNV su miedo a los etarras, ante los que sufría un verdadero síndrome de Estocolmo: los malos eran los represores españoles.

Curiosamente, el que pronuncia las muy siniestras palabras de los pinreles de Peter fue el tal Abascal, un perseguido por los nacionalistas y por los batasunos que hoy aplauden que, por fin, la política vuelva a la política.

En resumen, todon esperpento que, si no fuera trágico, resultaría cómico. No se lo tomen por la tremenda, ríanse a gusto. Y recuerden que el mal siempre se destruye a sí mismo, preso de su incoherencia.

Y a todo esto, olvidamos que lo peor de la ley de Amnistía consiste, no en el perdón a quien no lo ha pedido, tampoco en el ninguneo de los jueces que les condenaron, tampoco en el preludio de un referéndum separatista, tampoco en la burla de la constitución -un butrón, como afirma Javier Ybarra- sino en el porqué se promulga esta ley: para que Pedro Sánchez se mantenga en la poltrona de Moncloa.