Por la digitalización y el consiguiente empeoramiento del servicio... y también por las fusiones. Los bancos parecen el ejército de Pancho Villa y la comunicación entre las entidades se ha reducido a mínimos.
Gonzalo Gortázar (Caixabank), Víctor Iglesias (Ibercaja), Gloria Ortiz (Bankinter) y José Luis Escrivá (Banco de España)
La banca española parece el Ejército de Pancho Villa. Cada uno va a lo suyo. Más que ofrecer un mejor servicio o ganar más dinero por su propio esfuerzo -lo cual resultaría no lógico sino incluso aplaudible-, cada cual está pendiente de aprovechar los fallos y las desgracias ajenas en beneficio propio.
La primera OPA hostil desde la del Bilbao sobre el Banesto, allá por la penúltima década del pasado siglo (y ni eso, porque en aquel momento el poder jugaba con el Bilbao, banco opador), es decir, la del BBVA sobre el Sabadell, ha dividido al sector en grupos irreconciliables. Un sector que, por cierto, está cada día más distanciado. Ya no se hablan entre sí. Los dos grandes, Santander y BBVA, no mantienen relación alguna, Caixabank se preocupa de mantenerse como el primer banco en España que no como el banco más grande de España. Por ahora le va bien y su mayor pretensión es que le quiten el impuesto especial bancario.
Por supuesto, todo el mundo está abducido por la fusión BBVA-Sabadell que está forzando la máquina de dividendar de ambas entidades y frenando su capacidad inversora: gane quien gane, no lo duden, eso tendrá un precio.
Y luego está la visión antes más o menos unificada, que cada uno tiene del negocio. Bankinter, por ejemplo, desea encarecidamente el triunfo de la OPA hostil de Carlos Torres. Alfonso Botín y Gloria Ortiz se mueve bien cuando se trata de captar los clientes descontentos con una fusión, los sobrantes de la misma.
¿Me quieren decir cómo se puede hacer banca privada sin presencialidad? Si lo que importa en este negocio es la confianza, ¿desde cuándo las personas confían en las máquinas?
Pero la cuestión que más divide al sector, no lo duden, es la digitalización.
Recientemente, en la reunión del sector convocada por el diario Expansión y la auditora KPMG, surgió la voz de José Luis Escrivá, un gobernador que necesita justificarse a sí mismo proponiéndose como oráculo bancario, cuando no tiene ni la experiencia ni la honestidad necesarias para jugar ese papel. Lanzó la muy soberana idea de que el Inspector -que ya no lo es-, el Caserón de Cibeles, vigilará la implantación de la Inteligencia Artificial (IA), según él, algo muy aprovechable en banca.
Es lo que se llama una tautología, por tanto, una simpleza.
De inmediato, Francisco Botas, el hombre de Escotet en Abanca, aplaudió, enfervorizado. Pues miren ustedes, la IA se aplicará, con todo el riesgo añadido para la falta de creatividad del empleado, en todos los sectores económicos, como instrumento de trabajo, pero en ningún caso constituirá la esencia del trabajo bancario que, como cualquier otro trabajo, seguirá siendo llevado por personas.
Pero aún más curioso resultó el sentido de la propuesta del Gobernador y el Banco de España supervisará el proceso. Escrivá: el Banco de España no tiene que supervisar otra cosa que el balance de las entidades y como mero apoyo de ambos el que dirige el proceso inversor, para nuestra desgracia, es Francfort.
Pero la IA, por muy simple, poderosa y peligrosa que resulte -es las tres cosas- no deja de ser un paso más en el proceso de digitalización.
En la banca española impera lo que ya empieza a conocerse como el "Efecto Puente": la digitalización acelerada provoca el caos. Yo añadiría... y mucha mala uva
¿Pretende usted que los bancos no se digitalicen? No, eso sería como pretender prohibir el uso de automóviles y obligar a todo el mundo a circular en bicicleta (¡Anda, si eso es lo que pretende Teresa Ribera!). Lo que digo, y aquí viene otro rasgo de división, quizás el más importante, entre bancos es que los hay que insisten en digitalizarse a marchas forzosas -ejemplo, Santander y BBVA- aunque saben que la digitalización ha provocado un bajón histórico en la calidad del servicio bancario, supuesto la época de peor servicio bancario relativo y que, en la práctica, si hablamos de la gestión bancaria, la digitalización no ha tenido otra ventaja que el despido de trabajadores y el cierre de oficinas.
Ejemplo, ahora impera la banca privada, todo tiene que ser banca privada: ¿Me quieren decir cómo se puede hacer banca privada sin presencialidad? Si lo que importa en este negocio es la confianza, ¿desde cuándo las personas confían en las máquinas? Abandonarse en ellas para los trabajos más serviles como, por ejemplo, el cálculo, sí, fiarse de ellas, puede; confiar en ellas, jamás.
En este sentido, verbigracia, nada tiene que ver una Ibercaja que aún cree en la presencialidad con un BBVA que ha depreciado su red de oficinas con la digitalización forzosa.
Sí, la banca española parece el ejército de Pancho Villa, cada uno va a lo suyo, Y eso no es bueno, porque una cosa es la competencia y otra la zancadilla.
Además, para ser banquero no hace falta ser Einstein: no hay que marcar el signo de los tiempos, sólo distinguir esos signos de los tiempos y seguirlos. Recuerden la frase de un histórico del sector, Luis Valls, quien forjó el banco más rentable del mundo, el Banco Popular: "Desengáñense, este oficio no admite gente brillante".
Por otra parte, si la banca es el sistema de pagos del país -sin duda su principal función social- ¿están seguros de digitalizar el sistema de pagos resulta más fácil para los clientes adultos y más seguro para todos los clientes de las nueva generaciones? ¿No estará imperando en banca lo que ya empieza a conocerse como el "Efecto Puente" -sí, el del señor ministro de Transportes, don Óscar Puente- como es conocido el fenómeno por el que la digitalización apresurada conduce al caos? Sí, y además provoca mucha mala uva.
Guinda de la tarta: la comunicación entre las entidades se ha reducido a mínimos.
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